La dismorfofobia. Una palabra complicada para un trastorno complicado
Nadie tiene un físico perfecto, ni siquiera los que creen que lo tienen. Todos tenemos nuestras limitaciones estéticas, generalmente somos conscientes de ellas y no por ello nuestra vida se ve afectada por ello, al menos normalmente.
Por eso la dismorfofobia es un trastorno, porque provoca que un defecto físico (sea real o, peor aún, imaginario) condicione nuestro comportamiento, nuestros hábitos, de tal manera que nos impide llevar una vida normal, acomplejándonos ante a nuestro entorno y machacando nuestra autoestima cada vez que nos topamos con un espejo, o simplemente cada vez que ese supuesto defecto nos acude a la mente.
Son evidentes los problemas psicológicos (ansiedad, depresión, etc.) que pueden derivarse del auto convencimiento de que tus defectos te limitan, no te permiten relacionarte normalmente con los demás y te excluyen socialmente, más aún en edades especialmente complicadas —por lo que hace a la necesidad de vernos aceptados por el entorno próximo— como la adolescencia o la juventud.
Y no siempre, ni en la mayoría de los casos, el recurso a las intervenciones de cirugía estética es la solución, puesto que la dismorfofobia tiene normalmente su origen en problemas psicológicos agravados por el ambiente social que rodea al paciente, y esa cirugía suele verse insatisfactoria por el afectado y no hace sino empeorar su trastorno.
Por tanto, el paciente debería ser prioritariamente tratado desde un punto de vista psicológico, a través de las terapias o fármacos pertinentes, o incluso con los correspondientes métodos de intervención social cuando el problema tiene su origen en ambientes o entornos de rechazo social o familiar.