¿Por qué nos vemos diferentes en el espejo y en las fotos?
¡Ninguna foto me hace justicia! ¡La cámara no me quiere! En efecto, casi todos pensamos que las cámaras nos tratan con deliberada crueldad. Pocas cosas conocemos mejor que nuestro propio rostro. Estamos acostumbrados a verlo a diario y a estudiarlo ante el espejo y sin embargo, las cámaras persisten con insidiosa contumancia en ofrecernos una versión devaluada de nuestro aspecto físico pero y ¿si lo que conocemos no fuese tan real como creemos?
En primer lugar, la realidad es un concepto que no se deja aprender tan fácilmente. Lo que vemos en las fotos o ante el espejo son versiones aproximadas de nuestra realidad concreta. Las ópticas de cualquier cámara reproducen el sistema de visión humana, pero modificando los volúmenes en un grado u otro. Eso hace que la percepción sea distinta a la que recibimos cuando nos miramos al espejo.
El ángulo desde el que está tomada la foto también suele ser diferente al ángulo con el que nos contemplamos habitualmente en el espejo. Solemos mirarnos al espejo desde un ángulo cercano y a la de nuestros ojos. Eso explica que las personas con poco pelo no sean capaces de apreciarlo ante el espejo y se horroricen cuando una perspectiva un poco más cenital les ofrece algo más de información sobre su exuberancia capilar. Inconscientemente también buscamos ante el espejo nuestro ángulo más favorecedor. La fotografía congela el isntante sin remisión. No cabe apelación ante su clic. En el espejo existe el movimiento; La expresión que cambia buscándose en el reflejo. Como recordaba el filósofo Julián Marías en su Mapa del mundo personal cuando miramos a una persona no vemos simplemente un rostro humano sino que asistimos a él.
Hay que considerar también que el espejo nos devuelve un negativo de nosotros mismos; es decir, son nuestros rasgos, sí, pero la simetría con que los vemos es la opuesta a aquella con la que nos ve todo el mundo. Sin embargo es con la primera con la que conformamos la imagen que tenemos de nosotros mismos. Las cámaras se obstinan en revocar esa imagen ofreciéndonos el positivo y nuestro subconsciente se rebela contrariado.
Seamos exigentes con nosotros mismos, cmo son las fotos. Cuidemos esos ángulos que los demás si que ven, y cultivemos la belleza, para que aún retratados por la peor de las lentes, salgamos airosos del trance.